Título original, Laurin, Año, 1989, País, Alemania del Oeste (RFA), Dirección, Robert Sigl, Guión, Robert Sigl, Ádám Rozgonyi, Reparto, Dóra Szinetár, Brigitte Karner, Károly Eperjes, Hédi Temessy, János Derzsi, Música, Hans Jansen, Jacques Zwart, Fotografía, Nyika Jancsó, Compañías, Coproducción Alemania del Oeste (RFA)-Hungría; Dialóg Filmstúdió, Salinas Filmproduktion, Südwestfunk (SWF), TS-Film, Género, Drama. Terror. Thriller | Siglo XIX
“Laurin” o bien “Laurin: Un viaje a la muerte” en español, es la ópera prima del director alemán Robert Sigl, quien más tarde se dedicaría casi por completo a la televisión.
Laurin (Dóra Szinetár) es una niña curiosa que vive con su madre, Flora Andersen (Brigitte Karner), y Arne (János Derzsi), su padre, que trabaja como marinero y pasa largas temporadas en el mar. También convive con su abuela paterna, Olga (Hédi Temessy), que fuma en pipa y está entristecida por el abandono de su marido, quien se fue tras una “mujerzuela”. Un día, Flora acompaña a su marido a embarcar. Antes de su partida, le comenta que está embarazada. Esa misma noche, al regresar, pasa por un puente y ve cómo un hombre carga con un chico asesinado en una bolsa. Asustada, se aleja y cae al costado de la construcción. El nuevo profesor, Van Rees (Károly Eperjes), hijo del pastor del pueblo, se siente atraído por Laurin. Entre ellos surgirá un magnetismo, mientras Laurin comienza a tener pesadillas sobre lo que le ocurrió a su madre.
Laurin (Dóra Szinetár) es una niña curiosa que vive con su madre, Flora Andersen (Brigitte Karner), y Arne (János Derzsi), su padre, que trabaja como marinero y pasa largas temporadas en el mar. También convive con su abuela paterna, Olga (Hédi Temessy), que fuma en pipa y está entristecida por el abandono de su marido, quien se fue tras una “mujerzuela”. Un día, Flora acompaña a su marido a embarcar. Antes de su partida, le comenta que está embarazada. Esa misma noche, al regresar, pasa por un puente y ve cómo un hombre carga con un chico asesinado en una bolsa. Asustada, se aleja y cae al costado de la construcción. El nuevo profesor, Van Rees (Károly Eperjes), hijo del pastor del pueblo, se siente atraído por Laurin. Entre ellos surgirá un magnetismo, mientras Laurin comienza a tener pesadillas sobre lo que le ocurrió a su madre.
“Laurin” habla del fin de la inocencia, o más bien, de la interrupción de la inocencia. Tras la muerte de su madre y la ausencia de su padre embarcado, Laurin queda a cargo de su abuela y de Stefan Berghaus (Barnabás Tóth), su compañero de aventuras, quien es objeto de burla constante por parte de sus compañeros en la escuela e incapaz de defenderse por sí mismo.
Al comienzo de la cinta, Laurin se encuentra en una cama con barrotes, parecida a la de los bebés, en representación de su coraza, su protección frente al mundo hostil. El padre le acaricia los senos a su esposa antes de marcharse. Cuando la abuela entra, los reprende alegando que “están delante de la niña” – o lo que queda de ella. A partir del trágico accidente de la madre, no se la ve más dentro. Comienza abruptamente su proceso de transformación. Como si de una mariposa se tratase, todavía es una larva.
Toda interrupción, aún sea de manera trágica y determinante, implica un nuevo comienzo. En el plano del desarrollo humano, hay un momento de quiebre: el fin de la pubertad. Con este fin comienza un camino de madurez tanto emocional como sexual.
Para ello, cuenta con la tipografía clásica de los cuentos infantiles en sus títulos de crédito y una música envolvente que nos transporta a las historias macabras de los hermanos Grimm. Oh, casualidad, de origen alemán como el encargado de este film.
En una de las escenas, el padre le pregunta a Laurin por qué no lleva el pelo suelto. Un rato después, Laurin se mira en el espejo, de la misma forma en que lo hacía su madre. Ella ahora tendrá que asumir el rol materno en la casa y en su círculo íntimo.
El mal, encarnado en la figura del hombre del saco, es un hombre de carne y hueso. Un ser absolutamente humano que se lleva a los chicos del pueblo. Pero, como en los cuentos, el personaje tendrá que descubrir la moraleja y, a su vez, descubrirse a sí mismo. Esto cobra protagonismo en el final, cargado de una poesía lírica de ensueño.
Víctima de la inocencia, Laurin siente un deseo por su maestro, a quien más tarde tendrá que enfrentar. Esto se puede ver en la escena donde deja caer los lentes de Stefan en su falda. Ella es consciente del poder que le ha tocado. Un poder femenino, pero también adulto. Ella ya está a punto de dejar de ser una niña.
Con una puesta en escena de antaño, llevándonos a la Alemania pueblerina de 1901, y un trabajo de arte con un uso de color muy expresivo, la fotografía de Nyika Jancsó nos acerca a través de pequeños travellings a las emociones y pesadillas de Laurin, quien, llevada por el deseo, logra descifrar el enigma. Todo condimentado con cierto humor, que hace de “Laurin” una película mágica.
Al comienzo de la cinta, Laurin se encuentra en una cama con barrotes, parecida a la de los bebés, en representación de su coraza, su protección frente al mundo hostil. El padre le acaricia los senos a su esposa antes de marcharse. Cuando la abuela entra, los reprende alegando que “están delante de la niña” – o lo que queda de ella. A partir del trágico accidente de la madre, no se la ve más dentro. Comienza abruptamente su proceso de transformación. Como si de una mariposa se tratase, todavía es una larva.
Toda interrupción, aún sea de manera trágica y determinante, implica un nuevo comienzo. En el plano del desarrollo humano, hay un momento de quiebre: el fin de la pubertad. Con este fin comienza un camino de madurez tanto emocional como sexual.
Para ello, cuenta con la tipografía clásica de los cuentos infantiles en sus títulos de crédito y una música envolvente que nos transporta a las historias macabras de los hermanos Grimm. Oh, casualidad, de origen alemán como el encargado de este film.
En una de las escenas, el padre le pregunta a Laurin por qué no lleva el pelo suelto. Un rato después, Laurin se mira en el espejo, de la misma forma en que lo hacía su madre. Ella ahora tendrá que asumir el rol materno en la casa y en su círculo íntimo.
El mal, encarnado en la figura del hombre del saco, es un hombre de carne y hueso. Un ser absolutamente humano que se lleva a los chicos del pueblo. Pero, como en los cuentos, el personaje tendrá que descubrir la moraleja y, a su vez, descubrirse a sí mismo. Esto cobra protagonismo en el final, cargado de una poesía lírica de ensueño.
Víctima de la inocencia, Laurin siente un deseo por su maestro, a quien más tarde tendrá que enfrentar. Esto se puede ver en la escena donde deja caer los lentes de Stefan en su falda. Ella es consciente del poder que le ha tocado. Un poder femenino, pero también adulto. Ella ya está a punto de dejar de ser una niña.
Con una puesta en escena de antaño, llevándonos a la Alemania pueblerina de 1901, y un trabajo de arte con un uso de color muy expresivo, la fotografía de Nyika Jancsó nos acerca a través de pequeños travellings a las emociones y pesadillas de Laurin, quien, llevada por el deseo, logra descifrar el enigma. Todo condimentado con cierto humor, que hace de “Laurin” una película mágica.
Escrito por Leandro Germán Schmidt.
Comentarios
Publicar un comentario